30 de noviembre de 2008

Gomorra: El Sistema


En Europa, la Camorra ha matado más que todas las organizaciones criminales. Un total de 4.000 muertes en los últimos treinta años, lo que significa una muerte cada tres días. Scampia es la localidad con más tráfico de droga del mundo. Las ventas diarias por clan promedían los 500.000 euros. Si los residuos tóxicos tratados por los clanes fuera apilado alcanzaría una altura de 14.600 metros. El Monte Everest mide 8.850 metros. Ha aumentado el cáncer en un 20 por ciento en las zonas contaminadas por estos residuos. Las ganancias ilegales de la Camorra son reinvertidas en todo el mundo. La Camorra también ha invertido en la reconstrucción de las Torres Gemelas.

Con estos breves apuntes, y tras casi dos horas de durísimas escenas, finaliza la película “Gomorra” (Italia, 2008), de Matteo Garrone, basada en el best seller de Roberto Saviano, y que consiguió el Gran Premio del Festival de Cannes en su última edición. Se trata de una película que cuesta digerir por la crudeza y la sobriedad de una puesta en escena descarnada; una película valiente en cuyo guión han participado cuatro personas más, junto al propio Garrone y el autor del libro. Este hecho pone de relieve el laborioso trabajo en el que se han empleado al escribir un guión que, según el director de la película, resulta complementario al libro sin dar nombres o realizar una denuncia explícita de los hechos que relata. Se han limitado a retratar a través de cinco episodios la realidad del Sistema, que es como llaman en Nápoles a la Camorra: La droga en Scampia y el reclutamiento de niños para el mercadeo; la industria textil en Tersigno, realizada con sueldos miserables para luego ser vendida en las tiendas de lujo; o los residuos tóxicos que desde hace treinta años la Camorra entierra e incinera en muchas zonas del Casertano y la Campania por encargo de grandes empresas del norte del país. Estos son algunos de los temas que Garrone pone en imágenes con una cierta “mirada neorrealista”. Empresarios inmorales, jefes mafiosos, matones…, son algunos de los protagonistas, pero también un sastre, un ama de casa, un niño de a penas ocho o nueve años, un contable….personajes de carne y hueso, personajes reales que intentan sobrevivir en un mundo de criminalidad que más quisiéramos que fuera una ficción en la pantalla que una dura, durísima realidad en la que se ven inmersos día a día, en un país “civilizado” como Italia, y en un continente como el Europeo en el que no hay guerras “oficiales” en curso. Llama la atención como en varias ocasiones, dos de los protagonistas más jóvenes de la película exclaman enfáticamente la frase “Esto es la guerra!”, cómo justificando sus acciones y las del resto del Sistema. Terrorífico.

La película de Garrone es una muy buena oportunidad, finalmente, de desmitificar la imagen distorsionada que el cine ha dado del mundo de la mafia y de conocer de una forma honesta y valiente un fenómeno atroz, sobre un imperio criminal ya globalizado, como el de la Mafia, que va más allá de las ideologías y las fronteras, y al que no podemos dar la espalda. Saviano está amenazado de muerte por los bosses de la Camorra y vive con escolta a raíz de publicar su libro, el fruto de unas exhaustivas investigaciones sobre las que se ha basado esta película. Algo va mal en un país, que permite que esto suceda.

19 de noviembre de 2008

Somos lo que comemos


Dice Erwin Wagenhofer, director de la película documental “Nosotros alimentamos al mundo” (Austria, 2005) que la experiencia que más le impresionó a la hora de rodar su cinta fue ver el tamaño y funcionamiento de los centros de producción industrial de alimentos. Francamente, he de confesar que cuando visioné su película a mi me pasó lo mismo. Esta no es la primera ocasión en que el cine documental de los últimos tiempos aborda esta problemática, que la cámara sea fiel observadora a la hora de explicar cómo se desarrolla la cadena alimentaría en esta sociedad globalizada, siguiéndole los pasos a un determinado alimento desde su lugar de producción hasta el consumidor. Pero creo que la originalidad de esta película radica precisamente en mostrar cómo funcionan estos grandes centros industriales poniendo en solfa la deshumanización del proceso y, todo en beneficio de una mayor producción, de alcanzar el máximo rendimiento económico.
“Nuestro pan de cada día” (Austria, 2005), de Nikolaus Geyrhalter, estrenada anteriormente, ya avanzaba y apuntaba este aspecto pero de una forma no tan explícita como la que nos ocupa. Sin voces, ni entrevistas explicativas, solo escuchamos durante la hora y media de metraje el ruido machacón y alienante de las máquinas. También la película “Fast Food Nation” (EEUU, 2006), de Richard Linklater, y basada en el best seller de Eric Shlosser, ponía encima de la mesa un tema un tanto molesto para multinacionales como el Burguer King o el McDonald’s. Los espaldas mojadas que trabajan en las grandes fábricas de producción de hamburguesas de Estados Unidos en pésimas condiciones laborales y sin cualificación profesional, haciendo un producto elaborado con carne de pésima condición nutricional. Un filme valiente con muchos tentáculos. Y “Super Size Me” (EEUU, 2004), escrito, producido, dirigido y protagonizado por Morgan Spurlock, un cineasta independiente estadounidense. Es el propio director quien sigue en la película una dieta de 30 días alimentándose únicamente con productos del McDonald's. La película documenta los efectos que tiene este estilo de vida en la salud física y psicológica, y explora la influencia de las industrias de la comida rápida, incluyendo la forma en que se alimenta a la mala nutrición para su propio beneficio.

He hecho un breve repaso de aquellas películas precursoras de “Nosotros alimentamos al mundo”. Por cierto no entiendo como se ha tardado tantos años en estrenar este filme producido en 2005. Un tema tan molesto quizá no interese airearse demasiado y no encuentre distribuidor. Pero volviendo al principio de mi escrito, pienso que el aspecto novedoso que aporta este interesante documental es cómo la cámara de Wagenhofer ha logrado meterse y desentrañar qué hay detrás de las grandes plantaciones de soja que están acabando con la selva del Mato Grosso, en Brasil, uno de los pulmones verdes de nuestro planeta; porqué los agricultores rumanos se ven obligados a utilizar semillas híbridas en detrimento de las semillas naturales, las biológicas, las de toda la vida, las que dan como resultado una berenjena no tan vistosa estéticamente, pero que sí conserva todas su propiedades nutricionales. Y continúan los interrogantes: y porqué un agricultor de Senegal no puede competir en su propio país con los precios de los productos importados de Europa y se ve obligado a cruzar el Estrecho y trabajar en los invernaderos de tomates de Almería o porqué en la costa de la Bretaña francesa están acabando con la pesca artesanal porque no resulta rentable a pesar de que con su desaparición el pescado que se obtenga sea no apto para el consumo. Hay granjas en Austria en las que se producen 70.000 gallinas. Impresiona ver como este número ingente de polluelos van saliendo de su cascarón para enfrentarse, tras un proceso deshumanizado, a su irremediable devenir en las cámaras frigoríficas de un supermercado. El documental acaba con el cínico testimonio de un directivo de Nestle. Entre las perlas que suelta, destacaré una solamente. El tiparraco se atreve a decir que el agua hay que pagarla, que no es un bien al que tengamos derecho todos los seres humanos y que tiene que verse sometida necesariamente a este proceso de producción industrial. En definitiva, un filme recomendable si uno quiere estar informado sobre el mundo en el qué vive, reflexionar y tomar conciencia sobre una realidad que nos engulle a diario, hasta en los actos más nimios: comprar la comida que nos alimenta y que nos permite vivir.

Por cierto “Karma Filmes” acaba de editar en DVD una interesante colección de Cine Solidario con títulos como la citada “Nuestro pan de cada día”, más “Oro negro” (sobre el comercio justo en el mercado del café); “A ciegas” (sobre la intolerancia y la integración) y “Paisajes transformados” (sobre los efectos de la transformación industrial en el paisaje).

4 de noviembre de 2008

Bertrand Tavernier, un cineasta comprometido


Bertrand Tavernier (Lyon, 1941) es un hombre de presencia rotunda, dos metros de cineasta por unos cien quilos de erudición, vastísima cultura y una gran honestidad, generosidad y compromiso profesional y personal. Una veintena de alumnos tuvimos la oportunidad de conocer de cerca esta presencia en el curso magistral que la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander organizó bajo el sugerente título: “Bertrand Tavernier. El cine y la vida. Luchemos por una ficción documental”. Treinta horas escuchando al maestro Tavernier durante las cuales descifró las claves de la extraordinaria pasión que siente por el cine y que le ha llevado a escribir, investigar, dirigir y producir películas sin descanso más de la mitad de su vida. Compartimos con él escenas de algunos de sus filmes: “Ça comence aujourd’hui”, “Laissez-passer”, “Holly Lola” y “Un dimanche a la campagne” y “La vie et rien de plus”; y descubrimos a través de su fino olfato de cinéfilo algunos de sus títulos favoritos del wenster americano: “Day of the outlaw” o “3:10 to Yuma”. Una gran lección de cine, de vida y de trabajo riguroso. Mientras cuatro de estos alumnos trabajamos en la trascripción de sus palabras, en las treinta horas académicas del curso, sirvan estas líneas a modo de resumen y como adelanto.

Responsabilidad del cineasta: “Renoir dijo que el cineasta con talento puede transformar el mundo y, en este sentido, siempre se ha querido domesticar el poder que los cineastas tenían. El cine es un arma fundamental y de esta manera lo vieron los dictadores como Mussolini, Stalin, Hitler y Franco, mientras que Churchil concibió el cine como una industria prioritaria. Hoy en día ya hay generaciones que, a diferencia de la mía, han descubierto el cine a través de la televisión, en una narración interrumpida por la publicidad. Los cineastas juegan también con unos códigos en los que se prima la tecnología sobre el cerebro. Creo que hay una crisis estética y artística .

Creación y límites: “Siempre he tratado de oponerme al principio de resolución en mi cine, que al final de la película quede todo resuelto. Por el contrario, he defendido los finales abiertos que sirvan para cuestionar el comportamiento de los personajes, que sirvan para que la gente se haga preguntas y encuentre respuestas. Lo que más me interesa son las consecuencias, más que la acción. De manera instintiva, me interesa la gente ordinaria. El motor de la acción es la gente que sufre. Tengo necesidad de conocer sus contradicciones. Me siento más cerca de esas personas. Los medios de comunicación y los políticos no se preocupan por los personajes de mis películas y son grandes héroes que contribuyen a que se mantenga en pie parte de esta sociedad”.
“Todos los temas se pueden tratar pero hay que ser cauteloso en la forma en como se haga. Hacer espectáculo sobre ciertos temas es indecente. La tortura, por ejemplo, no se puede filmar. No hay que dejar al adversario un arma para que haga precisamente todo lo contrario de lo que pretendemos”.

Cine e Historia: “He sentido siempre un enorme respeto por la Historia, su importancia como forma de acercarse al presente. La cámara ha de ser contemporánea a un acontecimiento determinado histórico que queramos filmar, como si yo me encontrara allí por casualidad. Me interesa mucho la luz, como era la luz en la Edad Media, por ejemplo, o que comían. A través de estos detalles, descubrimos muchas otras cosas”.

Cine y Música: “El cine está más próximo a la estructura musical que a la teatral. Siempre he rechazado una paternidad teatral del cine y cuando me hablan de la división en actos de una película, no termino de entenderlo. El cine que yo trato de hacer no está influenciado por el Teatro. La influencia que yo reivindico es musical y, en muchas de mis películas, la estructura está dictada por la música desde el principio. La música representa para mi una suerte de catarsis. La música llega a primar sobre el ruido y los diálogos, en algunos casos”.


Ficción documental: “Jean Vigó abolía las fronteras entre el documental y la ficción. Había que hacer ficciones documentales y muchos de los libros del siglo XIX y XX correspondían a esta definición. “Moby Dick”, de Herman Melville, por ejemplo, contiene 70 páginas sobre la pesca de la ballena que son las más justas y precisas de la Literatura americana. La frontera entre el documental y la ficción es fina, mientras que la diferencia entre lo que es cine y lo que es un producto se encuentra en la mirada. Si no hay mirada, no hay autor”.

Dramaturgia de la impaciencia: “Fellini dijo que vamos a crear generaciones de cretinos impacientes y no se equivocaba. Vivimos una época de violencia y vandalismo que coincide con una ola de películas de orgía y destrucción, que cuentan con el apoyo de una nueva tecnología que, a su vez, engendra nuevas actitudes y comportamientos. No hay más que asomarse a los contenidos de Youtube. La tecnología no debe ser negada pero hay que tener cuidado en que estos avances no vayan en detrimento de la historia, que la tecnología no prime sobre el contenido. Y en esto no hay una persona responsable. La responsabilidad es múltiple y empieza en nosotros mismos. Hay que enseñar a las nuevas generaciones a descriptar las imágenes”.

La cultura tiene un coste: “Existe la posibilidad de acceder a la cultura y no cuesta caro. La gratuidad no existe ya que las páginas web que ofrecen Internet gratis viven de la publicidad. La cultura tiene un coste y creo que es importante merecerla. Copiar es aberrante y creo que la cultura no se difunde con la copia. Se trata de una satisfacción impulsada por la impaciencia. El sesenta por ciento de las obras copiadas se hacen en condiciones desastrosas y violan el derecho moral de los cineastas”.

Directores marginales: “Tengo especial predilección por una serie de geniales realizadores que no han sido reconocidos en toda su dimensión y que creo oportuno dar a conocer y corresponder, de esta manera, a su talento. Edgar George Ulmer, Edmond T. Gréville, Robert Hammer y Alexander Mackendrick, son algunos de ellos”.