16 de marzo de 2009

"A ciegas": Saramago nos alumbra


“Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, Ciegos que ven, Ciegos que, viendo, no ven”. José Saramago “Ensayo sobre la ceguera”.

La novela del Nóbel, José Saramago, “Ensayo sobre la ceguera”, es durísima, una metáfora soberbia sobre la condición humana: sus miserias más obscenas y degradantes y también, como no, sus glorias más sublimes. Esta historia en la que la humanidad se va quedando ciega paulatinamente como consecuencia del miedo, hasta convertirse nuestro mundo en un auténtico caos, donde los instintos más primitivos afloran para conseguir un trozo de pan, está narrada con la fuerza y el dramatismo que esta hipotética situación requiere y, sobre todo, con la valentía que solo los lúcidos hombres como Saramago saben imprimir al cuestionar un sistema depredador que merma nuestra capacidad de acción y nos convierte en “ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”. Tal y como recoge uno de los últimos párrafos de esta magnífica novela de Saramago que, ahora, el cineasta brasileño Fernando Meirelles ha llevado a la gran pantalla con el título en español “A ciegas”.

No voy a entrar en valorar las obvias diferencias entre la novela y la película. Son lenguajes, registros, totalmente diferentes y, por tanto, deben ser tratadas como dos obras con entidad propia. Pero, desde luego, y en mi caso, que leí la novela antes de ver la película, ésta última se me antoja a medio gas a pesar de que he leído alguna entrevista realizada a Meirelles en la que declaraba que en el montaje final rebajó el tono y el crudo contenido de algunos momentos del libro. La fuerza narrativa de las palabras de Saramago y la dureza de determinados pasajes quedan muy, pero que muy suavizadas y diluidos en la película y, aún así, en su pase en Estados Unidos y otros países muchos espectadores abandonaban la sala de proyección al no soportar su visionado.

De cualquier manera, la adaptación cinematográfica de Meirelles me parece correctísima, realizada con un respecto inmenso a la obra del Nóbel, y que logra imprimir al relato ese aspecto turbador e inquietante que destilan las páginas del libro a través de una puesta en escena en la que, en ocasiones, las figuras se difuminan en un halo de claridad para que sea el propio espectador el que experimente como esa enfermedad contagiosa llamada “ceguera blanca”, también nos puede afectar si es que no estamos afectados ya….

Las personas que se contagian a causa del miedo, y que al final se quedan ciegas, son aisladas en un antiguo manicomio. Pronto, los más fuertes y poderosos impondrán sus leyes y dominarán al resto. Los ciegos sometidos se verán abocados a perder su dignidad si quieren conseguir comida. La única persona que ve, que no está ciega, la mujer del médico, romperá las reglas en un momento dado y provocará una guerra en el manicomio. Por su parte, la religión, las imágenes de las Iglesias, tienen vendas en los ojos para no ver lo que está sucediendo. ¿A que es un argumento que no nos resulta ajeno? Y, por tanto, la novela de Saramago, la película de Meirelles, son incómodas, se cuelan en los túneles más oscuros de nuestra conciencia y pellizcan nuestra sensibilidad hasta hacernos callo. Por eso me gusta la novela de Saramago y, por igual motivo, me ha gustado aunque en menor medida la película. Obras para reflexionar, para alumbrar, para que veamos, para sacarnos de esa ceguera en la que estamos sumidos…”Ciegos que, viendo, no ven…”.